este año podrÃa plantearme cargar menos el lápiz sobre el papel cuando escribo. pareciera como si le estuviera clavando el boli, como si tratase de rasgarle las lÃneas, matar el papel. cada vez lo hago menos, este blog casi en su totalidad ha sido escrito sobre un teclado (y siempre la misma duda ¿cambia esto la forma de escribir?). podrÃa dejar de gastar milésimas de energÃa pulsional en esa fisura de mi fuerza, que sólo aja, que no mata. podrÃa desplazar la presión a otro punto, la intensidad de la letra, no como algo fÃsico, no como algo dolente, no como daño al soporte, ni marca, Ãndex de la tensión de mis extremidades. preferirÃa este año dosmilonce invertir esa mÃnima fuerza pulsional en el espacio de la palabra misma, que aunque a ratos es descompuesta por la pereza o la ausencia de deseo rotundo por inscribir alguna observación básica y simple, persiste en su recurrencia como un gesto, como un carácter indomable, como un defecto de fábrica (me sudan las manos), como un lunar o cualquier cosa que estará siempre allÃ, cargada de insondable compañerismo (o más que compañerismo un siamés), una relación siamésica entre yo y esto que escribo. dosmilonce años de producción escritural, que otros llaman historia (aunque sean la mayorÃa inscripciones bastardas de corazón a corazón), transfusiones, mensajes cifrados. y yo seguiré como un zombie en estas lides, porque me gusta y me sale del coño (decir que lo hago por necesidad serÃa mentira, un tic poético y nada más), porque soy conmigo misma en la sumatoria sucesiva de letras significantes, mientras controlo la dureza con que maltrato al papel, mis ojos, mis manos, mi carne toda, mis espasmos lúgubres o frescos, mi odio, mi verborrea silenciosa, mi emoción más profunda, desdentada, balbucea.