las últimas semanas han sido un maravillosos ir y venir que no cesa, recolectando afectos y percepciones, extrañas a ratos las mÃas propias. aviones, trenes, teléfonos sin baterÃa (¿se cambia la hora aquÃ?), comida fast, de regimiento, comida en la maleta, tráfico de quesos, comida del todo buena, aunque no importe.
estoy con delay. tanto movimiento no me permite escribir en el blog, y como no es una necesidad vital, se va aplazando. este post deberÃa llamarse «roma again», debió llamarse asà cuando debà haberlo escrito. hoy sólo puede ser una vana forma de recordar el pasado, un recordatorio crónico para imprimirlo en la pantalla, para recurrir a nuevas memorias, las de quienes leen, implementando el acontecimiento con imaginación sabrosa.
volvà a roma casi 5 años más tarde. pude hablar (mal) la lengua local, preguntar el precio, el nombre de una calle, cuánto tiempo que haces lo que haces, las banalidades de siempre. pude recordar la boca de manuel modulando claramente para mi propia aprehensión fonética palabras como es-tra-qui-no, ston-tza-ta, cat-za-te.
absurda odisea la de asistir en calidad de artista a un festival basado en el arte extremo del cuerpo (o lo que en los libros de arte se llama body-art). quienes me conocen sabrán que lo más cercano al body-art que he hecho en mi vida fue la boda-art, y que por afinidad, curiosidad o interés mis andanzas han estado bastante lejos de dicha disciplina (de cualquiera de las dos) a lo largo de mi vida. y asà que mis visitas a roma van teniendo como común denominador palabras con la combinación de letras bod_ y art. por lo mismo otro común denominador ha sido sentirme un poco fuera de contexto. el «qué hago yo aquû me aborda de igual manera en el momento en que me encuentro ante un juez que pronuncia de memoria artÃculos de la constitución que me obligan a fidelidad y obediencia, asà como cuando me encuentro ante mozas que se incrustan sendos ganchos en la espalda. guardando las proporciones y los contextos (que en ambos casos son de una amistad admirable, un afecto sorprendente y unos ánimos encantadores) roma me ha hecho sentirme fuera de lugar.
será porque es una ciudad en la que en medio del diluvio automovilÃstico aparecen cadáveres históricos como el coliseo, sin más. como si fuese normal tener ruinas de esa calaña en medio de la vida cotidiana, como si fuese normal vivir en la misma ciudad en la que hay un estado de 900 habitantes (el menos poblado del mundo), y asà el planeta llega a parecer más pequeño y menos importante, y la autorreferencia no existe sino como práctica tácita, o un don. me gusta ir a roma porque es un constante ejercicio de memoria y desdoblamiento, y porque voy poco, sino perderÃa toda gracia…