hace un par de meses hice una especie de “selfie†que ciruló muchÃsimo en internet. los selfies al parecer son para eso, para que te vean. te haces una foto, y la cuelgas. no, te haces varias fotos y eliges una que cuelgas. no, te haces muchas fotos en las que estudias cómo quieres verte y luego ya puesta, te haces unas cuantas en la pose ideal y eliges la mejor.
es por eso que los selfies muchas veces tienen esto de súper estudiado que de alguna manera les resta credibilidad. es como el episodio de black mirror donde el personaje muere y es reconstruido a partir de sus registros en las redes sociales, y claro, por supuesto que la réplica era más hermosa, más lista, más simpática y más amable que su original (pero a la vez inolora, sosa e incluso rayando en lo nada, sin posibilidad de odio, ni de rabia, ni…).
el selfie que hice hace un par de meses no tuvo tanto ensayo previo, quizás apenas este blog. en realidad fue un selfie de emergencia, una reacción ante mi propia memoria, ante mi rabia. cuando junté todos los cabos sueltos que articulé en esa imagen (que es un relato, que es una narrativa en la que hay muchos espacios vacÃos y memorias recortadas).
me vino tanta rabia que visualicé pocas reacciones como viables:
a) mañana me hago scum y salgo a cortar pollas, a dedicar mi vida a la castración como si no tuviese mi existencia otro sentido, esa será mi misión.
b) tengo que buscar métodos de asesinato selectivo y que no me hagan entrar en sucesivos procesos judiciales.
c) una bomba atómica que reviente al planeta tierra en su totalidad no es una mala opción.
d) escribiré, esa será mi bomba, mi artillerÃa, mi munición. escribiré hasta dar asco, hasta dejar de ser yo. me convertiré en todas las que puedan ser yo. mi bomba no tendrá pólvora, la pólvora será mi voz. escribiré porque no tengo dinero, porque no tengo otros medios para matar y porque es una forma que, sin carecer de poesÃa, podrÃa con un poco de suerte llegar a ser explosiva.
en mi atontamiento y resentir intervenido por sustancias ilegales me incliné (en un gesto sorprendentemente moderado) por la opción d).
entre escribir y publicar hay apenas una letra “yâ€.
publicar, hacer público algo. “lo personal es polÃticoâ€. “el silencio no te protegerá 
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empecé un proceso lento y laborioso en el que escribir fue lo de menos. lo complicado, o lo que requerÃa de mà un estado energéticamente consistente, era enseñarle lo escrito a alguna gente, someterlo a revisión. al ex-novio, a la madre, a la amiga, al hermano, a la amiga, etc. cada vez era una conversación, un repensar la construcción interna de la bomba, su relojerÃa. y también un doloroso revivir la relojerÃa del patriarcado, y digo doloroso no precisamente porque se me reviviera un ardor en la vagina o el rasgamiento de alguna carne, sino porque, JODER, ¡ojalá hubiese sido yo la única! pero no, va a ser que no, que el patriarcado opera globalmente y en todo contexto, que lo hace de forma distinta pero nos afecta a todas, que la agresión no es una batallita más en mi biografÃa sexual (ojalá lo fuera sólo en la mÃa), que una vez que una lo suelta, van y lo sueltan tres más, y después las otras tres resulta que lo sabÃan porque a su hermana, prima o sobrina también le habÃa sucedido. y entonces esto es una caja de pandora y nada más lejano a una confesión.
después de tanta charla, de tanto análisis, cervezas vienen cervezas van, después de eso y mucho más pues ya no me quedaban ni ganas de publicarlo. pero en un momento del proceso (no sé cuál) esto se habÃa convertido en algo que superaba con creces la terapia personal, la catarsis y la camaraderÃa. el “proceso†habÃa ganado comillas, ya no era sólo mÃo y esa bomba no era sólo MI bomba. la tenÃa que colocar.
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lucÃa está tendida sobre una piedra de grandes proporciones que es sacrificial. su intimidad será expuesta y examinada por clicks, hipervÃnculos, movimientos cortos de la muñeca empujando el ratón.
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comments: mujeres diciendo estar “aterrorizadas†por sus hijas, por lo que les pueda pasar. mujeres llorando, hablando por primera vez en el precario espacio de un “commentâ€. las violadas, todas violadas, abusadas, manoseadas. las manoseadas agradecidas. los arturos también agradecidos. aprovechando para hacer crÃtica social, que la televión, los medios, el poder, ronald reagan, la CIA, un poco de autocrÃtica quizás, sólo un poco. abrazos a los sobrevivientes. crÃticas a la falta de honestidad, al engaño, al aborto. indignación. indignación por el aborto mal cobrado, por no interponer una denuncia a la brevedad. “el aborto se convierte en un secreto patógenoâ€. entrañas removidas. hombres “pidiendo perdón por el simple hecho de ser hombresâ€, “me duele formar parte e este género agresorâ€. otras que dicen “soy producto de una violaciónâ€, “mis hijos son fruto de violacionesâ€. muchos muchos muchos incansables estereotipos de género: la sexualidad desde el punto de vista femenino. oriol me recomienda hacer psicoterapia como “palitivo†y para autogestionar las experiencias que he tenido que pasar, aunque confiesa que en el fondo es un asunto mÃo (¡gracias!). callar y aceptar = cómplice. vÃctima, vÃctima, vÃctima. personas removidas. comentario porno-abolicionista. comentario negacionista. comentario que incluye un “gracias a dios†(y dios escrito con mayúscula). comentario contra la infidelidad. comentario pro-pareja. comentario llamando a que el aborto siga siendo ilegal en chile (sic). comenario dando un millón de gracias. más violadas. comentario eco-escencialista, oda al útero como epicentro de la energÃa que mueve al universo. más violadas. más agradecimientos. la revista decide cerrar los cometarios por exceso de agresiones. tres pingbacks.
(en meneame hay 456 comentarios sin moderación)
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la verdad es que selfies de este tipo resultan en un punto un poco agotadores. yo no habÃa alcanzado a compartir el artÃculo (esta entrada es primera vez que lo hago), y ya habÃa sido compartido más de 60.000 veces en facebook. en pikara me dijeron que era el segundo artÃculo más leÃdo de la historia de la revista (más de 120.000 visitas). y luego el feedback, gente que me escribÃa sin conocerme para contarme sus cosas, gente que se referÃa a mà de forma grandilocuente, gente poniéndome una mano en el hombro y con gesto compungido diciéndome “leà tu textoâ€.
creo que lo más complicado de gestionar para mà fue justamente lo multifacético de las lecturas que se expandÃan sobre el texto. alguna vez hablé aquà de algo parecido. ese descontrol que hay sobre la apropiación de los textos, que es en el fondo su sentido, pero que da una sensación de extrañamiento curiosa cuando el personaje al que se refieren las lecturas eres tú. y todo se vuelve bastante ficcional, o no, porque en realidad hay muchas que están aplicándolo a su vida, y la sensación de estar afectando, aunque sea de mÃnima forma, la vida de otra persona que incluso no conoces es especial y bastante poco ficcional. pero bueno, me llenó de confusión, y tenÃa pendiente este post que estaba bloqueando al blog entero.
tengo la grandilocuente sensación de que todo el mundo ha leÃdo este texto, pero por si acaso alguien lo perdió, acá va:
Mis silencios no me habÃan protegido. Tu silencio no te protegerá.
Audre Lorde
Las estructuras del riesgo
Me vi a los 23 años en un motel parejero de Santiago de Chile. TenÃa novio, pero estaba demasiado aficionada a la autoridad de ese profesor que era mi amante.Creo recordar que nos pegamos un polvo triste o flojo. Mi cuerpo ovulaba y me sentÃa más inclinada al tribadismo que hacia la penetración. TenÃa mucho sueño. Quedaban 2 condones, le dije que NO podrÃamos follar sin, y me dormÃ.
Desperté con el tipo corriéndose dentro mÃo y la sensación de que esto me costarÃa un embarazo. Un mes después estaba abortando en una clÃnica clandestina de un barrio periférico de Santiago. Durante años mantuve una relación tensa, esporádica y ambivalente con ese profesor que, aun sin saberlo, me habÃa violado. Hasta el dÃa de hoy él no sabe interpretar mi silencio. Del silencio no hay nada que sospechar.
Para resolver esa violencia, la de mi violación, tuve que recurrir a otra violencia estructural: un aborto ilegal en Chile. Tuve que pasarle el cuerpo a una persona que no conocÃa, en un lugar que no sabÃa dónde estaba, para que me inyectara algo que no sabÃa qué era y me sacara eso que no tenÃa nombre como consecuencia de un acontecimiento que yo no habÃa provocado1.
Mi novio de aquel tiempo asumió la mitad del pago (500 euros en 2004), la compañÃa y los cuidados. Omità las verdaderas razones del embarazo y culpé a la mala fortuna. Me declaré parte del 1 por ciento de personas a las cuales se les rompe el condón. Dije que siempre habÃa usado condones, cosa que, hasta un punto, era completamente cierta. Durante los cuatro años posteriores al aborto usé anticonceptivos y condones al mismo tiempo en cada penetración. Si el preservativo no era cien por ciento efectivo, debÃa aumentar el control de mi integridad a través de la hormonación sostenida.
Ahora me pregunto cómo pude haberme quedado callada, cómo pude yo invisibilizar una violación. Me doy cuenta de que llevo una vida asumiendo que dormir con alguien, desconocido o no, es un riesgo, como si se tratara de una pastilla rosa en una fiesta o una pelÃcula sin reseñas. Un riesgo que se toma porque la vida está llena de ellos y no pasa nada, y ante la evidencia de agresiones sexuales y sexistas arraigadas como tumores en lo profundo de tu cuerpo y tu memoria, sientes vértigo y una sensación de propio desconocimiento, pero sigues viviendo y haciendo lo tuyo, incluido el feminismo.
PedagogÃas de choque
Vivà hasta los seis años en Alemania protegida por una fortaleza de sudakas exiliados por la dictadura de Pinochet. Nunca nadie me tocó un pelo. Fui una niña rabiosa y dulce a la vez. En 1985 viajamos a Chile. Se hablaba de “retornoâ€, a pesar de que yo pisaba por primera vez ese territorio que se me habÃa descrito desde la nostalgia como lo más entrañable del universo, siendo que no era sino un enclave de neoliberalismo, represión y pobreza.
En esos dÃas un primo comenzó a llevarme detrás de las puertas en las reuniones familiares. Él tenÃa catorce y yo, seis. Me besaba metiéndome la lengua profusamente, lo cual me resultaba asqueroso y perturbador, pero como existÃa la posibilidad de que se tratara de prácticas habituales en este nuevo contexto, no supe cómo reaccionar.
Migrar implica desorientación. HabÃa llegado a un lugar en el que me violentaba ver a niños de mi edad pidiendo limosna en la calle, en el que me violentaba ser llamada “ahombradaâ€2 en la escuela, en el que me violentaba el miedo que las personas a mi alrededor sentÃan hacia la policÃa, ¿por qué no podÃan ser esos besos con lengua parte de esa cultura de mierda a la que me tenÃa que unir por fuerza para pagar una deuda histórica con raÃces biográficas que, de momento, no reconocÃa?
Un dÃa les comenté a mis padres que ese primo me daba besos con lengua. Me dijeron de inmediato que eso no estaba bien y que hablarÃan con su madre, mi tÃa. El pánico que sentà ante la posibilidad de hacer público lo incorrecto—en mi condición de niña alemanota, que no se enteraba de nada y en el contexto de mi ansia por ser aceptada en ese paÃs al cual no deseaba integrarme—me llevaron a desmentir en menos de 24 horas mi acusación. Atribuà todo a mi subconsciente. “Soñé que él me daba besos, no hay nada de lo que hablar con su mamá.â€
Asà fue como aprendà a besar, escondida detrás de la puerta, obligándome a responder desde la sumisión como si se tratara de un trámite de aduana. Y digo aprendà porque con los años, y a pesar del desagrado inicial, fui asumiendo la experiencia como una eminentemente pedagógica.
Un año después, a los siete, en un mercadillo, un hombre al que nunca le vi el rostro me metió la mano debajo de la falda. Su mano, que debe haber sido del tamaño de mi cabeza, hizo un movimiento rápido y preciso frotándome desde el clÃtoris hacia el culo. Me quedé como piedra y no me atrevà a decÃrselo a nadie hasta cinco años después. No debÃa haber ido a un mercadillo con minifalda, era mi culpa. De manera temprana y acelerada se depositó sobre mi subjetividad (y sobre mi cuerpo) la percepción tanta veces descrita de que la agresión es responsabilidad del agredido.
A los ocho años me gritaron por primera vez cosas en la calle. Que estaba buena. Tres obreros de una construcción, a pocos metros. Que estaba rica. Que era una mijita rica o algo asÃ. No entendÃa cómo era posible que se fijaran en una niña. No me sentà guapa, pero percibà la marca que dejaba la minifalda en mi cuerpo y recordé que mi ropa podÃa volverme vulnerable.
A los ocho o nueve años, en la playa, el ligue de mi prima de dieciséis, sobrino de una amiga de mi mamá, se aficionó mucho por mÃ. Era un tipo medio cuico3, rubio, grande, de unos 19 años. Me compraba dulces y me buscaba, le gustaba pasear y charlar conmigo, y a mà me caÃa bien.
Una tarde en la que estábamos sentados en la playa me dio jugo en polvo. Lo vertió en mis manos y me pidió que chupara esa mezcla de azúcar y tinte artificial mientras él, que me tenÃa sentada en el hueco que quedaba entre sus piernas, metÃa una mano dentro de mi calzón y me incrustaba un par de dedos en el coño. No sentà dolor, sólo una insoportable incomodidad. Le dije varias veces que mi madre me estaba esperando, pero él no se inmutó. Mis manos estaban ocupadas con el polvo que debÃa chupar y no lograba comprender bien lo que estaba sucediendo. Solo sabÃa que debÃa evitar a toda costa volver a estar a solas con él. Mi prima estaba encantada con su ligue. No se lo dije a nadie, y con el tiempo el episodio fue perdiendo relevancia histórica.
Pequeña guarra
A los ocho años comencé a masturbarme. Usé la mano, velas, bolÃgrafos y zanahorias. Usé aparatos que creaba yo misma con calcetines, condones y bolsas de plástico. El manto de lo innombrable se extendió también sobre estas prácticas. Mis fantasÃas masturbatorias y los juegos a los que jugábamos con mis amigas se relacionaron desde un comienzo con la sujeción y violencia.
Recuerdo médicos que ataban a las muñecas para inyectarles cosas en las venas, proxenetas que explotaban mi cuerpo y lo vendÃan al mejor postor, tÃos que a golpes me obligaban a hacerle una felación a su jefe. Jugaba a estas cosas a solas y acompañada, al tiempo que descubrÃa el efecto narcótico de los orgasmos y me embriagaba con la adrenalina de la sumisión y lo prohibido.
Los referentes culturales dominantes le venÃan de perilla a estas aficiones. Me sobaba con una amiga en la oscuridad de la cama mientras nos comÃamos una polla invisible obligadas por un hombre inmaterial, agresivo y armado hasta los dientes. En el entorno feminista en el que crecÃ, gestioné estos imaginarios con pudor. Formaban parte de aquello inconfesable, incomprensible e inexplicable.
Pero siendo niña siempre existe la posibilidad de alegar ignorancia. Una no sabe nada de ese mundo construido ya desde hace mucho y apenas siente el derecho a intentar calzar con él. El deseo propio está muy mediado por la capacidad o no de adaptarse a lo que se debe hacer. En un punto creo que es difÃcil distinguir la diferencia entre deseo y deber. Hay que vestirse, lavarse los dientes, comer. Limpia por fuera sucia por dentro, se puede sobrellevar.
El entorno feminista de mi madre, sus amigas lesbianas, resultaban por cierto estimulantes, pero no eran un muro que dejara fuera al patriarcado. Este último, con toda naturalidad, tenÃa más poder que cualquier espacio de seguridad feminista, permeando cualquier posibilidad de contención, y de esa forma se incrustaba en mi cuerpo, incluso en las imágenes de mi deseo.
Pactos con la normalidad
Las agresiones sexuales se sucedÃan como si pudieran dejar de resultarme perturbadoras. En la adolescencia fui carne de cañón de los tocaculos en la calle. Tantas veces ocurrió que muy pronto perdà la cuenta. Una amiga fue violada dentro de su cuarto por un tipo que entró por la ventana. Lo mÃo parecÃa, incluso a mÃ, una levedad que no merecÃa atención alguna.
ParecÃa ser que las tocadas de culo, de teta, las metidas de mano, los comentarios babosos en la calle, los manoseos por la policÃa, eran todas cosas que venÃan en el pack de ser mujer, que pertenecÃan al mundo de lo normal, como tantas otras cosas normales que incomodan o duelen. De ese modo, mientras crecÃa fui naturalizando la agresión, entendiendo que yo era apenas uno más de sus engranajes.
A los 14 años empecé a tener sexo, con lo cual mi universo de agresiones sexuales se amplió. En mi primer polvo fui una muñeca inflable. Aprendà a ejercitar la feminidad como nunca antes. Me hice experta, o al menos eso creÃ. Aprendà a distinguir entre las agresiones propias de una relación, las que han de ser toleradas, y las agresiones de la calle, que no están bien. Me acostumbré a que siempre me la quisieran meter sin condón, a que siempre me la quisieran meter, a dejarme meter, y hacer cosas que no deseaba.
Hecha un pivón a los 14 me aficioné por los hombres mayores. Me protegà con el mismo silencio con el cual pretendÃa resguardarme de las agresiones que me amenazaban. De un material bastante acomplejado construà un cuerpo deseable y desenvuelto. PerseguÃa la autogestión de mi placer, aunque fuese pagando un precio, haciendo transacciones y especulando en la bolsa del machismo.
Inadecuada
A los 15 años comencé a reaccionar. Cuando me tocaban el culo contestaba gritando un par de insultos. Esto no es fácil, porque cuando te pegan un agarrón sin previo aviso tu voz se introyecta, se convierte en vocecita, y cuando al fin se recupera y das con el tono y el insulto adecuados, no hay premio para el desacato del silencio.
Por el contrario, lo que recibes a cambio es bastante peor de lo que has echado. Le gritas “cabrón†y te responden: “Qué tanto fea culiá, qué te creÃs maraca concha tu madreâ€. Más rabia y más humillación mordiéndote el culo, comiéndote la cabeza y ahora, más encima, insultándote.
Si bien yo me sentÃa afortunada porque a mà no me habÃa tocado que un hombre pobre me pusiera un cuchillo en el cuello o una pistola en la cabeza y me la metiera como poseÃdo por un demonio hasta correrse dentro mÃo, en esos dÃas mi cuerpo joven atraÃa la agresión en múltiples formatos. Como la que resulta de ir a un casting para modelos de dibujo donde te acaban tocando el coño y dejándote desnuda en medio de una habitación frÃa, porque “tu cuerpo no va bienâ€, “no sirveâ€. Como dormir con un amigo con el que no quieres follar que en medio de la noche te despierta eyaculando sobre tu cuerpo con un gemido apagado. Como hacer autostop en la carretera y como precio del aventón dejar que te metan mano.
También percibir que en la medida en que te vas apropiando de tu placer te vuelves cada vez más inadecuada: demasiado gritona, demasiado caliente, demasiado peluda, demasiado rápida, lenta, gorda, silenciosa o cualquier otra cosa excesiva. Que nunca en la posición precisa, deseada. El juego es poder encontrar en esa inadecuación el rastro de una misma, y pasarlo bien, o simularlo al menos.
Rabia sexual
A los 19 años trabajaba como profesora. A las 8:00 am un tipo me agarró el culo en la calle. Pasaba un policÃa y lo detuve. El policÃa lo coge, lo sitúa frente a mà y le dice: “La señorita dice que usted le tocó el trasero. Todos ustedes los de la Pintana son igualesâ€. Le exige pedirme perdón. El joven cabizbajo balbucea un “perdón†casi imperceptible. “Y usted, señorita, ¿lo perdona?†Digo que no, que una disculpa no me basta.
En la comisarÃa otro policÃa toma mi denuncia. Le cuento que este sujeto me tocó el culo. El policÃa pregunta: “¿Y qué más?†Veo en sus ojos lo que quiere decirme: “Es normal, pelotuda, ándate acostumbrando. Son siete millones de chilenas en las calles. ImagÃnate si todas denunciaran, colapsarÃa el sistema, los policÃas acabarÃan convertidos en perritos falderos, guardianes de culos.†Toma la denuncia de mala gana, como si fuera una alucinación mÃa, un comentario burgués, una exageración de clase.
Desde entonces me han vuelto a agarrar el culo tres veces en espacios públicos: en Chile, Bolivia y en Dinamarca (¡este verano!). En estas ocasiones he respondido con golpes, lo más fieros posibles, asumiendo que la respuesta violenta es lo único que me queda, y que al menos me sirve para soltar momentáneamente la rabia.
Sólo momentáneamente, porque la rabia regresa al repasar esta historia. Esta rabia que me da el recuento es también la rabia que me dan mis privilegios y es la rabia que me da saber que somos tantas que es imposible hacer recuentos. La verdad es que no sé qué hacer con la rabia ni tampoco sé medir sus consecuencias, cuando escucho y hablo de lo que ha sido silenciado y cuando tengo que insistir en su desnaturalización (empezando por la mÃa). Creo que al escribirla deja de ser mi problema. Y quiero hablar desde un lugar no victimizante, pero que al mismo tiempo no convierta la no-victimización en un lugar de silenciamiento.
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1 A pesar de la violencia estructural, simbólica y material de tener que abortar en esas condiciones de precaria ilegalidad, puedo decir que el aborto acabó siendo una buena experiencia. La autodeterminación fortalece, y decidir no ser madre fue una inyección de energÃa para lo que en su lugar deseaba hacer con mi vida. A partir del aborto tuve que hacer con mucha más determinación lo que querÃa, hacerme cargo de mÃ.
2 Marimacho.
3 Pijo.