
entre los 14 y los 20 años follé exclusivamente con hombres que como mÃnimo tuviesen 10 años más que yo. llegué a meterme con algunos casi 20 años mayores, técnicamente podrÃan haber sido mis padres. me pagaban el alcohol y la cena, me comÃan el coño bastante y yo misma era la que me protegÃa del embarazo. mi madre se volvÃa loca, quizás porque veÃa a su hija adolescente metida en unas rigurosas prácticas de prostitución incipiente, y porque en el fondo temÃa que fuese violada. su decencia feminista le impidió usar esas palabras, nunca dijo prostitución ni violación. no aceptaba que mi subjetividad fuese la de un zorrón y que cada uno de mis actos se rigiera por impulsos experimentales, curiosos y desbocados, pero en cualquier caso, rotundamente voluntarios. salÃa de bares con el equivalente a 20 céntimos en el bolsillo, sabÃa jugar al capital y al poder, sabÃa jugar a la heterosexualidad normativa. se podÃa ser una conejita playboy en el santiago de los 90.
a partir de los 18 años ya no me bastaba la jerarquÃa implÃcita en el contrato heterosexual ni en la diferencia etárea. busqué entonces hombres que fuesen además inteligentes (o lo que el mundo consideraba como tal). entraban en esa categorÃa profesores, el alumno de deleuze, escritores, o cualquier tipo que acreditara bajo parámetros mainstream cierta competencia intelectual. no era suficiente el género, los años, el dinero, ni siquiera la belleza. necesitaba algo que no pudiese superar con tanta facilidad. mi ambición se centró en el intelecto, cosa que tras poco andar también me pareció suntuaria y pobre, parte de la estructura precaria que sustentaba al poder más hegemónico. asà fue como nació mi arrogancia.
mi complejo de lolita me resultaba escabroso. habÃa leÃdo el libro de nabokov a los 15, y me era tan familiar como repelente.
pasados los 20 años, no es que hubiese abandonado totalmente las prácticas vetustas, sino que se hizo evidente mi retirada de la adolescencia. eso de algún modo cambiaba las cosas. me vi envuelta en cenas con personas que tenÃan niños, hijos de mi misma edad conversando entre ellos, mientras yo me hinchaba de whisky escuchando sobre guarderÃas, colegios, sicólogos e hipertensión. me aburrÃa.
dejar de ser adolescente implicaba el abandono del paradigma de lolita y un análisis del mismo que debÃa encarar quizás de manera más activa, observando cómo mi deseo habÃa explorado (e incluso se habÃa acostumbrado a) las sendas de la normatividad radical. me sentÃa generosa cuando se corrÃan con sólo posar su lengua sobre uno de mis tiernos pechos. asumÃa un adelantado rol maternal ante sus eyaculaciones precoces, las aceptaba ante la certeza de que me quedaban al menos 20 años más de sexualidad activa que a ellos, tenÃa pensamientos sarcásticos y crueles ante sus esfuerzos de contención. jugaba a descontenerles. nunca me importó ser gorda, a nadie le importó. pero algo me hacÃa cuestionar mi deseo en ese formato rÃgido que se habÃa desarrollado con tanto éxito y velocidad.
el juego del que hablo sigue sin parecerme inocuo, y si bien siempre usé condón, creo que estas prácticas lúdico-sexuales-afectivas podÃan llegar a ser mucho más riesgosas que no usarlo. modular el deseo según los cánones de lo correcto no es muy difÃcil, lo tienes todo a tu favor. sobretodo el acostumbramiento. durante 6 años de prácticas sexuales y afectivas con hombres mayores sólo una vez en la calle alguien dijo algo: “mucha carne para ese perroâ€. el comentario, que en principio me hizo reÃr, me costó tener que hacerle coaching a un señor durante varias horas. “no-es-al-go-gra-cio-so†quisieron enseñarme con el mal rato.
a los 21 años el ciclo pernicioso fue roto por un chico 3 años menor que yo con quien mantuve una correspondencia compulsiva y onÃrica durante unos meses a través de internet. el desarrollo de acrónimos inexplicables para declarar el deseo fue una de las estrategias que inventamos para no explotar del todo a través de unas interfaces digitales que no eran como las de hoy. cuando al fin follamos carnalmente el chico me sorprendió usando maravillosamente bien sus manos, su boca y su polla. su cuerpo me parecÃa más acogedor que el de un padre. mi descubrimiento fue sancionado por la desgracia a través de un gran robo, en mi propia casa: se llevaron el computador que contenÃa el proceso semiconcluÃdo de mi tesis de grado. todo duró apenas un par de horas y fue el hecho que rompió el cÃrculo vicioso de la lolita sex symbol de manera placentera y dramática a la vez. pero romper el ciclo de un cÃrculo vicioso no significa necesariamente acabar con él. permanecà años, y hasta el dÃa de hoy lo hago, liándome esporádicamente con personas mayores. algo de simpatÃa me queda, algo de hogar de beneficencia, de sister of mercy queda en mÃ. a veces busco a viejos decrépitos en internet para regalarles una imagen que les deje al borde del infarto.
todos esos años me resultaron provechosos, no perdà el tiempo. no sólo aprendà a correrme con personas que ya estaban poco capacitadas para aprender a follar bien, sino que pude estudiar con sumo detalle los simples laberintos de la heterosexualidad y de la norma. detectarlos, leerlos, hacerlos emerger.
con los años he empezado a hablar más y más fuerte, ya no me resulta tan sencillo fluir con los códigos de la prostitución implÃcita en las relaciones de poder mundanas. tampoco tengo tanta tolerancia con “los ancianos†(que era como llamaba de forma cariñosa a mis amantes), si no siento amor no tolero el gesto amargo de quién está infeliz y apagado. con los años también yo comà coños y entendà desde el primer momento que no es difÃcil hacerlo, al menos no como me lo parecÃa tras años de experiencias pobres como receptora de la práctica.
durante ese perÃodo aprendà que el rol de sex symbol ha de ser elegido e intercambiable para que tenga interés y sentido, no puede convertirse en costumbre ni en la única vÃa de relacionamiento. si no es elegido y temporal se vuelve una cárcel o al menos un cinturón de castidad. aprendà que cualquier rol es un juego, un maquillaje, un disfraz, incluso el de los años. aprendà que el rol de sex symbol es tecnologÃa fina del control social y seguramente fue por eso que paralelo a este aprendizaje me volvà feminista. entendà que cuando dicen que eres demasiado sexy y que sólo eres eso, es como decirte que le gustas cuando callas, porque estás como ausente.
cuando hoy alguien me dice que su atracción hacia mà se centra en este aspecto de forma exclusiva no puedo sino reÃrme. me recuerdo lolita cambiando cervezas por roces, besos por rayas de coca. para mà hoy ese es un traje que me pongo y me saco tal como la caridad que practico por internet. y si me lo repiten mucho ya me mosqueo, porque denota una total incomprensión de la maleabilidad del deseo. un no entender que la carreta, finalmente, nunca la moverá mi par de tetas, porque las grandes carretas no van accionadas por tetas sino por inmensidades, porque afirmar el poder del sex symbol como único poder disponible por una, es como decir el sexismo y la oligofrenia de lengua materna. parece absurdo que hoy en dÃa me pasen estas cosas, todavÃa. en realidad, no deberÃan sucederme ya, con lo que me lo he currado…